Emprender implica tomar decisiones. En realidad, casi todo en la vida significa tomar decisiones. Decidimos y actuamos. Es verdad que, también, a veces “actuamos sin pensar”, aunque esto sea, técnicamente hablando, más o menos discutible.
Pero lo que está claro es que, cuando alguien pone en marcha un proyecto, ha de tomar decisiones y, probablemente, muchas y trascendentes.
Aún después, cuando el proyecto esté en marcha, seguirá tomando decisiones. Y así hasta el resto de nuestros días.
Lo bueno de tomar decisiones es que, necesariamente, para hacerlo hay que poner conciencia en el asunto que se trata; aquello sobre lo que se va a tomar una decisión se convierte en objeto de análisis, valorando pros y contras, contemplando opciones y posibilidades, identificando recursos y herramientas… Perfecto.
Sin embargo, hay ocasiones, momentos, circunstancias en los que nos eternizamos decidiendo. Pasamos tiempo y tiempo pensando, evaluando, analizando…, sin decidir nada. Y, mientras tanto, claro, estamos quietos.
Otras veces, no somos nosotros los que decidimos el tiempo que tenemos para tomar una decisión: frente a una urgencia, hemos de dar una respuesta casi inmediata.
Nos ocurra lo uno o lo otro, es saludable que estemos preparados, mentalmente, para tomar decisiones rápidas, porque no podemos quedarnos quietos, porque hemos de reaccionar de inmediato.
Hay quienes, de forma natural, tienen una gran facilidad para decidir rápidamente. De hecho, incluso acostumbran a actuar siempre así.
Otros, en cambio, precisamos de cierto entrenamiento para poder dar respuestas así de rápidas.
Una premisa del emprendedor es la flexibilidad…, y la flexibilidad implica adaptabilidad, porque, aunque nuestra mente tenga claro el camino de nuestro proyecto, la realidad impone, en ocasiones, variables que quizás no contemplábamos. Y esto tiene mucho que ver con decidir rápidamente.
A medida que tu actividad vaya creciendo, te encontrarás continuamente en situaciones donde esta capacidad de tomar decisiones de forma rápida te será muy útil.
Aquí te propongo algunas, pero la lista puede ser mucho más larga y compleja:
- Cuando delante de un cliente tengas que entender si forman parte de aquellos clientes que es mejor perder que encontrar… clientes conflictivos que te pueden hacer perder muchos recursos que podrías empeñar de mejor forma en otras actividades;
- Cuando tengas que enviar un presupuesto sobre la base de una situación empresarial, la de tu cliente, que todavía no conoces muy bien y con el riesgo de “pillarte los dedos” con un presupuesto demasiado ajustado, no por eso retrases la confección y envío del presupuesto que te han solicitado; así evitarás el riesgo de perder el cliente en caso de que tu propuesta llegue demasiado tarde.
- Cuando tengas que valorar si las opciones de colaboración que te vendrán por parte de otros profesionales son de verdad buenas para tu negocio o no.
- Cuando, en momentos de mucho trabajo, tengas que ser capaz de priorizar en tu día a día las acciones a desarrollar.
- Cuando tus clientes te pidan una sugerencia o consejo confiando en tu experiencia y profesionalidad.
- Cuando delante de un impago tendrás que decidir si seguir confiando en la capacidad financiera de tu cliente (problemas puntuales de liquidez los podemos tener todos) o es mejor parar el servicio antes de que el problema económico se haga más grande.
- Cuando tengas deshacerte de aquellas actividades u operaciones que no te garantizan el margen esperado.
- Cuando tengas que tomar la decisión de cerrar o seguir invirtiendo en una línea de negocio que sigue sin dar los resultados esperados.
Un ejercicio que empecé a practicar cuando me di cuenta de que necesitaba ser capaz de decidir ciertas cosas en pocos segundos, tiene mucho que ver con las pequeñas cosas de la vida cotidiana: por ejemplo, ir a un restaurante y eternizarse delante de la carta, paseando la mirada entre los platos, dudando y dudando… Me he acostumbrado, cuando voy a un restaurante, a coger la carta, echar un vistazo rápido y elegir sin pensar demasiado, sin detenerme ni tan siquiera en pensar mucho si me apetece más una cosa u otra: vistazo rápido y elijo –sí, ya sé, corro el riesgo de llevarme un chasco…, pero, por lo general, nunca me ha ocurrido-. O ir al cine. Es frecuente que uno se pierda delante de la cartelera en los multi-cines… Pues lo mismo. Vistazo rápido y elijo película –sí, también aquí corro un riesgo enorme de llevarme un chasco…-.
Este ejercicio, con sus riesgos pequeños, lo practico habitualmente. Ha contribuido y contribuye a que mi cabeza aprenda a ser rápida y me es de ayuda cuando tengo que tomar decisiones más importantes que las de los platos de un menú en un restaurante o una película que ver en el cine.
¡Gracias por ayudarme a compartir este contenido en tus redes!
¿Tienes un proyecto que desarrollar y no sabes por donde empezar?
¿Te gustaría hacer crecer una alternativa a tu actual empleo y transformarla en un realidad viable dentro de unos años?
o simplemente….
¿Te guraria tener mi punto de vista sobre tu proyecto?
¡Contáctame sin compromiso y hablamos!
¿A que estás dispuesto?
Calle Alameda 22,
28014 Madrid